Cada
día nos vemos forzados a ser lo más auténticos posible, a ser honestos con
nosotros mismos, que haya coherencia entre nuestras acciones y nuestras
palabras.
Qué fácil es criticar, juzgar,
opinar y callar. Pasar al nivel de la acción, de la búsqueda de soluciones y de
trabajar para mejorar lo que nos parece que anda mal en nuestro país, cuesta.
No se trata de falta de dinero, falta de tiempo o incapacidad; es el miedo a
quitarnos las máscaras y dejar al descubierto que también hemos cometido
errores.
La vida me ha permitido conocer qué
se siente cuando lo que dices, no concuerda con tu realidad. Con la llegada de
las redes sociales, pude constatar que la gente puede creer que tienes una vida
fácil y llena de éxitos. Que pocos se atreven a mostrar su verdad, porque eso
significaría perder oportunidades de trabajo o clientes, incluso hasta perder seguidores,
porque la gente busca motivación. Por otro lado, he visto gente hablar de
religión y a la vez juzgar duramente al prójimo. Cuando todas las religiones
hablan de amar hasta al enemigo, pues amar al amigo lo hace cualquiera.
La mayoría de los problemas que
estamos viviendo han sido por mala comunicación y la falta de transparencia en
la información, que son la base para la toma de decisiones. Veo cómo se pierde
el tiempo en debates insanos y estériles. Parece una competencia para ver quién
sabe más estadísticas o conoce sobre el problema, pero cuando acaba el show, no
se toman decisiones, porque hace falta una ley o porque alguien tiene que dar
la orden para que se haga.
El tiempo corre y la indiferencia
pasa su factura. Podemos llenar los noticieros y programas de opinión con entrevistas, reportajes
bonitos analizando una y otra vez, los problemas de siempre. Como si tuviéramos
Alzheimer y no supiéramos lo que tenemos que hacer.
Me atrevo a decir que todos los que
nos han gobernado son iguales. Llegan con el mismo entusiasmo y luego quedan
como zombis, mareados por los elogios de sus cercanos colaboradores y las
fuertes críticas de los medios y la oposición. No he visto hasta el momento un
político sensato, que aproveche esas críticas para tomar sus decisiones, y
evitarnos los sinsabores que trae consigo la improvisación y el miedo a la
impopularidad.
Cuando en este país empecemos a hacer,
lo que tenemos que hacer, cuando lo tenemos que hacer y como se tiene que
hacer, veremos el verdadero cambio.
Les deseo siempre lo mejor.